[…] La llamé. Abrí la puerta con mucho cuidado. Estaba de cuclillas en el suelo, con la cabeza metida en el váter. Aunque hoy me hubiera asustado, no me asusté entonces. El vestido y la ropa interior estaban en el suelo. Las joyas las había dejado en el lavabo, junto a la concha donde poníamos la pastilla de jabón. Cogí todo lo que mi padre me había pedido para curar a mi hermano. Mamá respiraba fuertemente, parecía cansada, fatigada. Salí del cuarto de baño, y torné la puerta. Ya había dado unos pasos, cuando oí que se volvía a abrir la puerta. Pensé mirar atrás pero preferí salir corriendo.
Francisco José Palomero Fernández